No tan lejos de la ciudad se podía disfrutar de un paisaje singular, hectáreas de un bosque serpenteado por un río de aguas cristalinas, animales silvestres que susurraban al viento las bondades de la naturaleza plena, y un aire tan limpio que recordaba el primer respiro de un niño al nacer.
En medio de tanta maravilla se erigían imponentes Cleo y Sansón, dos montañas surgidas desde un tiempo que nadie recordaba, una más alta que otra, las dos llenas de naturaleza exuberante.
Sansón y Cleo coqueteaban desde que se dieron cuenta que estaban una frente a la otra;
Sansón le cantaba a Cleo canciones a la luz de la luna, con una voz gruesa que parecía venir de los enormes troncos de sus árboles, y aprovechando que su cima estaba muy cerca del cielo, le hacía a su enamorada un velo con el manto nocturno y una corona de estrellas para su cúspide.
Cleo respondía con una suave y hermosa voz que provenía de las flores silvestres que adornaban su falda, y abría y cerraba sus ojos con tal picardía que la preciosa cascada que le servía de cabellera hacia un ruido armónico como de mil campanas.
Una mañana Cleo se despertó escuchando los gemidos de Sansón; una gran cantidad de hombres y máquinas herían las entrañas de su amado; talaban árboles aquí y allá, no sin que estos dieran pelea pues aferraban sus raíces al centro de Sansón tratando de no caer; las aves huían graznando asustadas tomando vuelo sin dirección fija.
Cleo sentía que se convertía en un volcán de la impotencia que sentía, pero el calor no solo provenía de su ira, muchas personas estaban ahora en sus caminos con máquinas que habían un ruido ensordecedor, otros incendiaban sus campos a tal punto que una nube negra cubrió los ojos de Cleo, solo podía ver que su cascada se secaba y que los peces con sus ojos tristes parecían pedirle ayuda; trató de llamar a Sansón tan fuerte que su cumbre se abrió a la mitad y perdió el sentido.
Cuando Cleo despertó vio ante si a un Sansón devastado, solo algunos árboles en pie, animales asustados buscando refugio y Sansón dejando caer enormes lágrimas que crearon un profundo lago de agua salada entre él y su amada Cleo; ella por su parte, estaba llena de cenizas y su hermosa cascada ya no estaba, solo algunas aves venían a consolarla con su canto.
Pasaron varios días sin que ninguno de los dos hablara, nunca supieron a ciencia cierta qué paró la destrucción. Le escuchaban decir a algunos humanos visitantes que grupos ambientalistas pusieron fin a la tala y quema.
Un día Cleo sintió un cosquilleo y vio surgir un hilo plateado en su costado; era un salto de agua que comenzaba a brotar y vio que de nuevo su vestido tenia flores de todos colores.
De igual manera, Sansón ostentaba un sombrero verde en su cima, muchos árboles estaban creciendo, y a sus pies una alfombra también verde cubría el camino para estos enamorados que solo veían el amor en verde.
Escrito por:
Jenny Contreras (Escritora de cuentos para niños)